Texto de Santiago Segurola
publicado no diário Marca de sexta-feira, 15 de fevereiro
publicado no diário Marca de sexta-feira, 15 de fevereiro
Si alguien observa la pierna derecha de Ronaldo, verá con horror una cremallera de 20 centímetros que le recorre todo el lateral de la rodilla. Más que el resultado de una lesión parece una herida de guerra. Es imposible jugar al fútbol con ese consturón. A Ronaldo le abrieron dos veces la rodilla para repararle el tendón rotuliano, perdió dos temporadas y nunca volvió a doblar la pierna con normalidad. No podía agacharse ni para sacarse la foto de rigor antes de los partidos.
Ronaldo ha tenido dos carreras como futbolista. La primera le convirtió en el jugador más famoso del mundo y probablemente el mejor. O al menos, el más decisivo. Cuando los futbolistas todavía no han alcanzado su plenitud, Ronaldo era un vendaval que ganaba partidos desde cualquier posición en el campo. Su irresistible combinación de potencia y velocidad escondía una sabiduría natural en el área. No era el más elegante de los jugadores, pero sus soluciones en el área resultaban exquisitas.
EL GOL DE COMPOSTELA. En su etapa de esplendor fue el candidato más creíble para unirse a las cuatro coronas del fútbol: Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. Algunos de sus goles asombraron por desconocidos. El tanto que marcó en Compostela es inolvidable porque Ronaldo no ofició e jugador: era la naturaleza desatada. Ese gol produjo pánico en los rivales porque no se podían vacunar del efecto Ronaldo.
Parafraseando a Butragueño, aquel Ronaldo era un futbolista superior. Reunía a Maurice Greene, Messi y Romario en una pieza de 1,80 y 80 kilos. Es decir, un sprinter capaz de regatear a cuatro defensas y cerrar la jugada con un sutil remate al rincón. Ese periodo feliz de su carrera, sólo alterado por el inquietante episodio que precedió a la final del Mundial de Francia, se frustró con las lesiones que la trituraron la rodilla.
Ronaldo regresó de donde no ha vuelto nadie. No hay antecedentes de jugadores que superen una lesión terminal y se mantengan en la cima del fútbol. Ronaldo volvió. Nunca fue el mismo, ni lo pretendió. Tampoco en el aspecto vital. De su frontal batalla contra el pesimismo general, salió un hombre dispuesto a disfrutar de la vida como los enfermos que burlan la muerte. Cuando menos, se trata de una respuesta comprensible.
La segunda trayectoria como jugador es menos imponente, pero más novelesca. Apenas un mes y medio después de regresar al fútbol con el Inter ganó la Copa del Mundo y encabezó la lista de goleadores. El Mundial 2002 le perteneció a Ronaldo y su imprevista aventura. Volvió el gran jugador y la fascinación que provocaba.
Su llegada al Real Madrid se produjo entre dudas. Los más optimistas le daban un máximo de 25 partidos por temporada. Su contundente respuesta evitó el debate. Con el sentido de la oportunidad que sólo tienen los mejores, marcó su primer gol con el Madrid en la primera pelota que tocó.
UN PRIVILEGIO. Cualquier reproche a Ronaldo no puede ocultar su eficacia como goleador y la dependencia que generó en el equipo. En buena medida, el Madrid de los últimos años vivió pendiente de Ronaldo, hasta el punto de reducir su juego a la búsqueda del delantero brasileño. Dijo Valdano que cuando atacaba Ronaldo, atacaba una manada. Media manada, quizá, pero suficiente para aterrar a los defensas.
Para el fútbol español ha sido un privilegio disfrutar del primer y segundo Ronaldo. Ahora, con 31 años, acaba de sufrir otro trallazo. Un nuevo costurón recorrerá su pierna izquierda. Todas las apuestas le borran del fútbol. Veremos. En cualquier caso, Ronaldo ya ha salido vencedor. Siempre se le recordará entre los mejores que ha dado el fútbol.
Ronaldo ha tenido dos carreras como futbolista. La primera le convirtió en el jugador más famoso del mundo y probablemente el mejor. O al menos, el más decisivo. Cuando los futbolistas todavía no han alcanzado su plenitud, Ronaldo era un vendaval que ganaba partidos desde cualquier posición en el campo. Su irresistible combinación de potencia y velocidad escondía una sabiduría natural en el área. No era el más elegante de los jugadores, pero sus soluciones en el área resultaban exquisitas.
EL GOL DE COMPOSTELA. En su etapa de esplendor fue el candidato más creíble para unirse a las cuatro coronas del fútbol: Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. Algunos de sus goles asombraron por desconocidos. El tanto que marcó en Compostela es inolvidable porque Ronaldo no ofició e jugador: era la naturaleza desatada. Ese gol produjo pánico en los rivales porque no se podían vacunar del efecto Ronaldo.
Parafraseando a Butragueño, aquel Ronaldo era un futbolista superior. Reunía a Maurice Greene, Messi y Romario en una pieza de 1,80 y 80 kilos. Es decir, un sprinter capaz de regatear a cuatro defensas y cerrar la jugada con un sutil remate al rincón. Ese periodo feliz de su carrera, sólo alterado por el inquietante episodio que precedió a la final del Mundial de Francia, se frustró con las lesiones que la trituraron la rodilla.
Ronaldo regresó de donde no ha vuelto nadie. No hay antecedentes de jugadores que superen una lesión terminal y se mantengan en la cima del fútbol. Ronaldo volvió. Nunca fue el mismo, ni lo pretendió. Tampoco en el aspecto vital. De su frontal batalla contra el pesimismo general, salió un hombre dispuesto a disfrutar de la vida como los enfermos que burlan la muerte. Cuando menos, se trata de una respuesta comprensible.
La segunda trayectoria como jugador es menos imponente, pero más novelesca. Apenas un mes y medio después de regresar al fútbol con el Inter ganó la Copa del Mundo y encabezó la lista de goleadores. El Mundial 2002 le perteneció a Ronaldo y su imprevista aventura. Volvió el gran jugador y la fascinación que provocaba.
Su llegada al Real Madrid se produjo entre dudas. Los más optimistas le daban un máximo de 25 partidos por temporada. Su contundente respuesta evitó el debate. Con el sentido de la oportunidad que sólo tienen los mejores, marcó su primer gol con el Madrid en la primera pelota que tocó.
UN PRIVILEGIO. Cualquier reproche a Ronaldo no puede ocultar su eficacia como goleador y la dependencia que generó en el equipo. En buena medida, el Madrid de los últimos años vivió pendiente de Ronaldo, hasta el punto de reducir su juego a la búsqueda del delantero brasileño. Dijo Valdano que cuando atacaba Ronaldo, atacaba una manada. Media manada, quizá, pero suficiente para aterrar a los defensas.
Para el fútbol español ha sido un privilegio disfrutar del primer y segundo Ronaldo. Ahora, con 31 años, acaba de sufrir otro trallazo. Un nuevo costurón recorrerá su pierna izquierda. Todas las apuestas le borran del fútbol. Veremos. En cualquier caso, Ronaldo ya ha salido vencedor. Siempre se le recordará entre los mejores que ha dado el fútbol.
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